Mis incondicionales

domingo, 11 de abril de 2010

Cien años de soledad II



Esa noche, mientras se velaba el cadáver en la gallera, José Arcadio Buendía entro en el dormitorio cuando su mujer se estaba poniendo el pantalón de castidad. Blandiendo la lanza frente a ella, le ordenó: “Quítate eso” Úrsula no puso en duda la decisión de su marido. “Tu serás responsable de lo que pase”, murmuro. José Arcadio Buendía clavo la lanza en el piso de tierra.
-Si has de parir iguanas, criaremos iguanas –dijo-. Pero no habrá más muertos en este pueblo por culpa tuya.
Era una buena noche de junio, fresca y con luna, y estuvieron despiertos y retozando en la cama hasta el amanecer, indiferentes al viento que pasaba por el dormitorio, cargado con el llanto de los parientes de Prudencio Aguilar.

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