Mis incondicionales

miércoles, 28 de abril de 2010

Cien años de soledad V


El padre Nicanor aprovechó la circunstancia de ser la única persona que había podido comunicarse con el, para tratar de infundir la fe en su cerebro trastornado. Todas las tardes se sentaba junto al castaño, predicando en latín, pero José Arcadio Buendía se empecinó en no admitir vericuetos retóricos ni transmutaciones de chocolate, y exigió como única prueba el daguerrotipo de Dios. El padre Nicanor le llevó entonces medallas y estampitas y hasta una reproducción del padre de la Verónica. Pero José Arcadio Buendía los rechazó por ser objetos artesanales sin fundamento científico. Era tan terco, que el padre Nicanor renuncio a sus propósitos de evangelización y siguió visitándolo por sentimientos humanitarios. Pero entonces fue José Arcadio Buendía quien tomo la iniciativa y trato de quebrantar la fe del cura con martingalas racionalistas. En cierta ocasión en que el padre Nicanor llevó un tablero y una caja de fichas para invitarlo a jugar a las damas, José Arcadio Buendía no aceptó, según dijo, porque nunca pudo entender el sentido de una contienda entre dos adversarios que estaban de acuerdo en los principios.
El padre Nicanor, que jamás había visto de ese modo el juego de damas, no pudo volverlo a jugar. Cada vez más asombrado de la lucidez de José Arcadio Buendía, le preguntó cómo era posible que lo tuvieran amarrado a un árbol.
- Hoc est simplisisimum - contesto él- : porque estoy loco.
Desde entonces, preocupado por su propia fe, el cura no volvió a visitarlo.


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